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-396 Vida del P. Adoain VI El M. R. P. Ambrosio de Valencina, varias veces Provin ,cial de los Capuchinos de la Provincia Bética y harto conocido en la república de las letras por los muchos y excelentes libros ascéticos que debemos a su fecunda pluma, tuvo la dicha de conocer al Santo Misionero en los postreros años de su vida, y nos envía la siguiente relación y elogio del Padre Adoain, que con sumo gusto insertamos en este lug·ar, tanto más cuanto su vocación a la vida capuchina fué uno de los innumerables frutos obtenidos por el Siervo de Dios en su ,prolongadu y fecundo apostolado. Dice así: «Conocí en mi ju– ventud al R. P. Esteban de Adoain, y aun conservo su arro– gante figUJ'ª grabada en mi mente. Era de aspecto venerable, con un sello de santidad en su semblante , que atraía y al mismo tiempo infundía respeto . Fué de elevada estatura, no muy grueso, de color encendido , la barba y cabellos blan– cos como alg·odón en rama. Le oí predicar muchas veces, y él fué quien con su predicación me arrastró al claustro ca– puchino. »Siendo yo estudiante, vino a Sevilla para predicar la Pa– sión en la Catedral el Viernes Santo; y aquel sermón fué de los que hacen época y no se olvidan con facilidad . ¡Qué ma– nera de desci'ibir la Pa:::ión de Cristo! ¡Qué manera de apostro– far a Pilatos, a Herodes , a escribas y fariseos y a sus munda– nos imitadores! ¡Qué manera de excitar en los oyentes afectos de amor y gratitud hacia Cristo muerto por redimirnos y salvarnos! Cuando empuñó el crucifijo y lo levantó en alto, lloraban hasta las eolurnnas del templo. Lágrimas ardientes brotaban de los ojos del predicador y caían sobre su blanca barba, extendiéndose por ella como gotas de rocío sobre la hierba. Su voz potente y argentina llenaba la Catedral, recitando un acto de contrición que el pueblo repetía entre sollozos y lamentos, renovando los g·loriosos tiempos de Fray Dieg·o de Cádiz.
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