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394 Vida del P. Adoain mqniales, que tardaron en llegar a causa de las dificultades del correo poi· la guerra carlista, cautivó desde .luego s.u aten– ción entre los religiosos, todos ellos muy observantes, singular– mente cinco venerables ancianos, modelos de observancia, la interesante figura del P. Esteban, con g·rande fama de santi– dad en la ciudad, con una modestia y compostura natural propia de un gran siervo de Dios. Todo el año de noviciado, que terminó el 24 de Agosto de 1876, observé en él la misma forma de vida y especial don de oración, la que hacía de rodi– llas en las horas de mañana y tarde, y noté que al volver de ,sus misiones de diez, quince. veinte o treinta días muy fre– .cuentes, acudía puntualmente, sin tomar descanso alguno, a todos los actos de la comunidad, incluso a los maitines y ora– ,ción de la media noche. »Terminado el noviciado y teniendo contacto más inme– diato de familia con los religiosos, me confirmé más en su santidad, maravillosa dulzura y exquisita prudencia en su trato civil y religioso. Sobre todo me llamaba la atención su constante dulzura, amena conversación en las ordinarias re– creaciones, entrelazada de historias, cuentos y acontecimien– tos de sus treinta años de misión en América. Jamás le oí una palabra de murmuración, y si alguna vez cualquiera religio– so se deslizaba algún tanto, al momento la cortaba con tal destreza y suavidad, que encantaba. Confieso que esta virtud es la que más me llamó la atención en él. El día 5 de Diciem– bre del año de 1876, marchó a dar una misión a Artajona con el R. P. Ambrosio de Beniaguacil, que foé mi Maestro en el No– viciado, y el P. Guardián me ordenó acompañarles como cate– quista para pl'eparar los niños a la comunión. »Los diez días que duró aquella misión, dió ejemplos aca– badísimos del más perfecto religioso. El tercer día de esta misión, 9 de Diciembre. predicado por el P. Esteban el punto doctrinal, subió al púlpito el P. Ambrosio y al principiar el desarrollo de su proposición, un minuto después del Ave Ma– ría, le dió un accidente de perlesía, y notándolo el P. Este– ban, quien se había quedado al pie del púlpito, subió tan opor-

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