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Su apostolado en España 387 cias, contestó: «Mire; me ne agarrado al cordel de nuestro: Padre San Francisco y a la vara de San José y que hagan ,de mí lo que quieran. Fíat voluntas tua.» »En resumen; toda su vida fué un modelo ejemplarísimo de virtudes, pero su muerte lo ha sído más, pues ni un quejido, ni una palabra han proferido sus labios que no fueran de gracias a Dios Omnipotente porque le proporcionaba los sufri– mi':'ntos que decía había merecido. »De este modo expiró este gran santo, con la sonrisa de paz y dulzura que le era peculiar, rodeado de toda la Comunidad, ,que le lloraba como a su más querido Padre. Antes de morir, pidió el mismo que se le administrara la bendicidn apostólica, que un bienhechor había pedido a Roma por telégrafo, y asimismo fué mandada; y habiéndola recibidrJ., entregó su alma, pura cual la de un ángel, en manos del Creador que le daría el justo premio que por sus obras mereció.» Luego que hubo espirado, se doblaron a muerto las cam– panas del Convento, y a éstas siguieron las de toda la ciudad, esparciéndose la noticia por toda la población con la velocidad •del rayo, e impulsados por ese resorte que en los hombres, sin distinción de colores, produce la muerte de un santo, según dice un testigo, muchos con lágrimas en los ojos y todos con la alabanza en los labios, corren a la iglesia, deseosos de admirar al que falleció, de tocar prendas en su cuerpo, y de arrancarle, si posible fuera, pedazos de su hábito para conser– varlos en su casa como indeleble recuerdo. Para satisfacer la devoción del puebl'o y conforme a la costumbre usada entre nosotros, se expuso su cadáver en medio de la iglesia a la pública veneración, y era grandemente edificante, e imponente a la vez, ver que la iglesia estaba siempre literalmente llena de fieles que iban sucediéndose y renovándose a cada momento. Los religiosos que velaban y custodiaban el cadáver tenían que hacer esfuerzos inauditos para contener a la gente e im– pedir que cometiera algún atropello por exceso de devoción, e incesantemente estaban ocupados en tocar algunos objetos en los venerandos restos y darlos a los fieles, que los querían

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