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Su apostolado en Venezuefo otros, pero sin que los asesinos sufrieran castigo ninguno por– tan horroroso crimen . Desde el año de 1810 en que empezó la guerra de la inde-– pendencia, hasta 1821 en que Venezuela conquistó su inde– pendencia, no se vieron en este país sino escándalos, y es– cándalos tan horrorosos, que la pluma del escritor más inmoral se resistiría a referir. En medio de estos horrores ¿qué moral y qué virtud podría conservarse? «¡Ah!, que pocas fueron, dice nuestro P. Esteban, las Judit que triunfaron de los lascivos Holofernes. Pocas las Susanas que prefirieron la muerte antes que perder la azucena de la pureza . Rarísimos los Eleá,– zaros que por no quebrantar su santa ley, volunüirie acl nwrti– rium prceibat. En una guerra la más escandalosa y libre, la má& inmoral e irreligiosa; en una guerra donde no se pensaba en m~is que saciar cada uno su brutal apetito, ¿como quedarían las costumbres'? Sacudido el dominio peninsular en 1821 , las re– voluciones y contrarevoluciones que ha habido posteriormente han seguido la misma marcha que las anteriores con respect0, a los escándalos y desmoralización de costumbres . De aquí el abandono de las fiestas, el desprecio de los Santos Sacramen– tos; de aquí los estupros, las infidelidades, lorc: concubinatos ;. de aquí los tratos usurarios, la lectura de libros obscenos, las pinturas impúdicas, en una palabra, ele aquí el indiferentismo en materia de religión. En este estado dejó la guerra a casi toda América, y en éste se halla con poca diferencia, y se hallará, si Dios con su dedo no muda aquellos corazones» . Tal era el estado de desmoralización en que se hallaba Venezuela, cuando fué nuestro P. Esteban, y casi idéntico a éste el en que se hallaban las demás Repúblicas americanas en que ejerci ó su ministerio más tarde. IV Enlazando pues el hilo de nuestra historia, dijimos que nuestro P. Esteban fué destinado a la parroquia de Parapara, pueblo de más de siete mil almas, al cual marchó a principios 3