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Sit apostolado en España 359 zarle y concederle amplio permiso de predicar en toda la provincia de Navarra, sobre todo contra la blasfemia, que con ocasión de la guerra se había introducido. No es fácil de explicar, pero tampoco difícil de compren– der, el gozo y alegría que experimentaría este gran Misio– nero al ver que, después de tantos años de destierro y exclaus– tración, al fin se le abrían de par en par las puertas de su patria y se le concedía la doble licencia de vestir el santo hábito y de misionar; por lo que se dispuso a recorrer en ,misiones los pueblos de la provincia, dando comienzo por la vi lla de Artajona, y avisando, sin duda, de ello a su P. Guar– dián de Bayona, pues éste le envió dos Padres para que le acompañasen y ayudasen en sus misiones, que fueron nuestro P. Ambrosio de Beniaguacil, célebre misionero e insigne pre– dicador, que era apreciado y estimado por sus excelentes cualidades rle virtud, ciencia y heroico desprendimiento en todas partes, pero singularmente en la ciudad de Cádiz y en todos los pueblos de aquella provincia, donde predicó por los años del 60 al 63, y el P. Saturnino de Artajona, que hacía poco tiempo había ingresado en la Orden y hecho su profAsión simple en el convento de Bayona; éste para ayudarles a con-:– fesar y a preparar los niños, pues todavía no tenía patentes de predicador rn la orden ni licenci.a del P. Comisario. La víspera de la Inmaculada dió principio a la misión, de la cual dice el P. Artaj ona lo siguiente (I) : «La noche siguiente del 7, hizo la apertura de la misión el indicado P. Ambrosio, con la delicadeza que le era natural, y el día 8, fiesta de la Purísima Concepción de María Inmaculada, pre– dicó en la Misa solemne un panegírico de tan interesante y delicado misterio, con tanta novedad y belleza ele figuras, que no hubo uno en el auditorio que no saliera altamente satisfecho y convencido ele las eminentes cualidades que en todos conceptos le adornaban. Por la noche, concluíclo el punto doctrinal por el P. Esteban, con la sencillez y claridad (1) Mensajero Seráfico. Tomo I, pág. 89.