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Su apostolado en la Amé1·ica Cent1·al 351 popular que impidiese llevar a cabo la expulsión de los Padres, para lo cual estaban preparados los coches en la puerta de la cárcel y 500 números de tropa que habían de escoltarlos. Llegada la hora, colocáronse en los coches, y como no hubiera asiento para todos, tuvieron que ir algunos en carreta tirada por bueyes. Custodiados, pues, por la fuerza armada, partieron, a toda prisa, a toque de corneta y con la orden expresa, dada a los soldados de que habiendo alguna conmoción en el pueblo a favor de los Padres, se haga fuego primero a éstos y después al piteblo, y despidiéndose de ellos la muchedumbre con los ojos arrasados en lágrimas, «Adiós, gritaban, adiós, protecto– res de América.» Así quedó esta ciudad desolada y triste por tan gran pérdida, ¿,pues cómo podría olvidar la abnegación de los Capuchinos en la epidemia del cólera, su continua asisten– cia a los enfermos de día y de noche, sus misiones sin número, los frecuentes ejercicios espirituales a hombres y mujeres, sus eficaces esfuerzos en pro de la pacificación de la Repúbli– ca y otros innumerables beneficios en el orden espiritual y temporal~ No fueron menores las demostraciones de venerac10n, afecto y sentimiento que recibieron los expulsados durante los nueve días de su viaje por tierra, en las poblaciones por donde pasaron, como Chimaltenango, Sololá, Fotonienpau, Que– raltenango y Petatuleú, singularmente nuestro Padre Esteban, que era el más conocido y venerado por aquellos pueblos, a causa de sus innumerables misione~ y de los prodigios obra– dos en ellas. Los pueblos los proveían de toda clase de comes– tibles, en tal abundancia que hasta la misma tropa que los custodiaba se mantenía casi todos los días de ellos, y principal– mente del pan, lo cual hacían . nuestros religiosos de muy buena voluntad, y como en agradecimiento del respeto y ve– neración que siempre les tuvieron, sin que ninguno de ellos se desmandase en la más leve expresión de desprecio e insulto; antes bien se prestaban a hacerles cualquier servicio, y les pedían perdón del mal que cometían cooperando a su ex– pulsión.

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