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Su apostolado en la América Central 345 le tenían, moviéndonos a ello el habérnoslos referido de palabra y por escrito religiosos que formaban parte de aquella Comu– nidad. Es el primero uno sucedido al mismo religioso que nos refiere el hecho. Estando de enfermero en el convento de Guatemala, notó muchas veces que faltaba lo que tenía para los enfermos, como chocolate, pan, etc., y aunque hizo cuanto pudo para indagar cuál fuera el ladronzuelo que tales hurtos cometiera, nada pudo conseguir. Avisó lo que sucedía al P. Guardián, quien reunió la Comunidad, dando cuenta de lo que sucedía, y amenazando con que si se descubría el autor <le esta fechoría, sería despedido de la religión; mas ni así cesó de verificarse el hurto, en vista de lo cual díjole el P. Esteban: «No se turbe V. C., es el enemigo que quiere hacernos perder la paciencia.» Con esto, el Pnfermero se aquietó, no hizo más caso del hurto y después de algún tiempo, ya no volvió a repe– tirse más el hecho. Con lo que el int\lresado y otros religiosos no lo tuvieron por cosa natural, sino que era el enemigo de las almas que se quería vengar de las muchísimas conver– siones que hacía en sus misiones. El segundo caso es que, en el día de Jueves Santo del año de 1872, fecha para la cual había dejado ya de ser Superior nuestro P. Adoain, mientras estaba expuesto S. D. M., tiraron sobre la ig·lesia y sobre el tejado del convento, en la parte que daba al noviciado, gran cantidad de piedras, tan gruesas, que era imposible poder tirarlas humanamente a tanta al– tura, siendo lo más raro y admirable que no se registró en el tejado daño ni imperfección alguna; y como se hallasen ad– mirados los religiosos y los novicios, dirigiéndose a éstos con mucha gracia les dijo: «Son las virtudes de vosotros los novicios»; lo cual decía con el intento de que no atribuyesen lo acaecido a venganza del demonio contra su virtud y san– tidad. Hay que advertir que, aunque había triunfado ya la revolución, nuestro P. Esteban predicaba la cuaresma de este año, tronando terriblemente contra las blasfemias del Mala– cate, órgano de los revolucionarios, que se publicaba en la capital de Guatemala.

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