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338 Vida del P. Adoain II A poco que reflexionemos sobre las circunstancias que concurrieron en esta elección, tendremos que convenir necesa– riamente en que el concepto de santidad en que le tenían los religiosos no era inferior al que tenían de él los de fuera, del cual ya hemos hecho antes mención; esto aun cuando no tuviéramos otros documentos que poseemos, y que en su lugar publicaremos. Una votación tan nutrida y completa de tan respetable número de vocales como asistieron a este Ca– pítulo, entre los cuales se contaban Padres de indiscutible mérito por su ciencia, prudencia, virtud y celo por la salva– ción de las almas, como el P. Ignacio de Cambrils, lector emérito, de quien hemos oído hacer grandes elogios a un ilustre Purpurado, discípulo suyo, el Emmo. Cardenal Vives y Tutó, el P. Segismundo de Mataró, que fué tres veces ele– gido Guardián de la Antigua Guatemala, los PP. Lorenzo de Mataró y Pedro de Llisá, de quienes ya dijimos antes que fue– ron los que conquistaron para Jesucristo a los indios infieles y salvajes llamados lacandones, prueba hasta la evidencia que, si bien veían en él prendas excepcionales que le colo– caban a la altura de los más célebres misioneros de la Iglesia, no debían ser menores las raras cualidades que en él se des– cubrían para gobernar; rnucho más si a esto se añade la gran repugñancia que el Siervo de Dios sentía por las prelacías, de lo que dió buena prueba en su elección, así como también su vocación al apostolado manifestada por la obediencia y por la experiencia, de la cual nacía una gran inclinación y celo a trabajar en la salvación de las almas por medio de las mi– siones principalmente, en las que tanta gloria daba a Dios, tanto bieñ hacía a las almas y tanto lustre procuraba a la religión capuchina, y a las cuales no le ser:::a, sin duda alguna, posible dedicarse durante su Comisariato con aquella asiduidad y libertad con que lo había hecho hasta entonces. Cuando todas estas razones, muy dignas de tenerse presentes,