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332 Vida del P. Adoain Divina Pastora. El altar mayor es el que realmente presenta una perspectiva lo más hermosa y agradable a la vista. El paisaje que llena todo este altar (que es el de la Divina Pasto– ra), de una altura de cuatro o más varas, presenta nubes , vol– canes, montañas, fuentes, cascadas, el mar con embarcacio– nes, casas con habitantes, prados donde están paciendo las ovejas, el lobo que las va persiguiendo, y el Ange~ con la lan– za o dardo en la mano, defendiéndolas, y, por último, dos her– mosos y grandes á;-boles cargados do lozanas hojas y flores, bajo los cuales se halla colocada la Divina Pastora, dominando majestuosamente a todos, e infundiendo una tierna devoción a los que la miran con cristiana fe. A todas horas presenta a la vista un aspecto precioso, pero éste queda maravillosamente realzado por las montañas; cuando los rayos del sol caen de lleno y hieren la pintura, pl'esenta una perspectiva más que natural. Preparadas así las cosas, se anunció que el día último de Febrero se trasladarían las imágenes con la Santa Cruz, y que el l.º de Marzo, Domingo primero de Cuaresma, se trasladaría el Santísimo solemnemente. El viernes por la tarde llegó Su Ilustrísima con el carruaje hasta la puerta de la iglesia, sin haberse apeado en su Palacio. Tal era su grande deseo; quiso por sí mismo inspeccionarlo todo y quedó suma– mente complacido de los trabajos. El sábado se observaba que iban llegando por todas partes las gentes en tropel. Las señoras se apresuraban a vestir a N. P. San Francisco y a la Divina Pastora. Esta, vestida con lo mt'is precioso que se pudo hallar en San Salvador, inspiraba la más tierna devoción. »Sobre las cinco de la tarde salió San Francisco en hombros de devotos; la Divina Pastora era llevada por las señoras. Aquella misma Cruz que tres años antes se colocó con tanta solemnidad, iba rompiendo la marcha de la procesión. Las cam– panas de la Parroquia, los cohetes por los aire3, las calles aseadas, las colg·aduras y cortinajes, los arcos y banderas de algunas naciones, y, porfin, la música que entonaba himnos a la Divina Madre, en medio de un ingente concurso, bien daban a entender el regocijo que animaba a todos. De este modo

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