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326 Vida del P. Adoain V »El día 20 de Junio, predicando sobre la fe a una concnrren– cia de doce o catorce mil personas, sucedió una cosa bien extraordinaria, la cual llamó la atención de muchos. Iba yo probando por las Sagradas Escrituras, etc., que la fe sin obras a nadie puede salvar, y observaba que todo el auditorio escuchaba con profundo silencio aquellas verdades eternas. Aún no había llegado a medio sermón, cuando, de repente, levantan todos el grito pidiendo a Dios y a la Divina Pastora misericordia. Oigo un llanto simultáneo en toda la plaza, veo que todos, hombres y mujeres, tienen levantados sus brazos al cielo formando la santa cruz. Por el momento se me ocurrió que sería un terremoto, pero viendo que el púlpito no se mo– vía, pregunté al P. Bernardino si era temblor, y me contes - tó que no. Con todo, seguían gritando: «¡Misericordia, Seüor!» Unos decían que veían bajar fuego del cielo, otl·os gritaban que por la plaza corrían unas fieras negras, a manera de toros, que los amenazaban, otros afirmaban haber visto caer sobre ellos unas figuras horribles con espada y machete en mano; unos huían, otros se agachaban para evitar el golpe. Todo es muy positivo. »Viendo, pues, que todos y en todas las partes de la plaza seguían con sus tan lastimosos llantos y gritos, los dos nos pusimos en medio del auditorio gritando: «¡No hay nada, silen– cio!» Era para nosotros una aflicción ver aquella multitud, los unos puestos de rodillas, los otros parados (1); sin hallar lugar para postrarse, y todos con los brazos levantados pidiendo a Dios misericordia. »Viendo que de nada servían las palabras, comenzamos a cantar la Salve en medio de la plaza, pero ni aun esto fné (1) Estar parado significa en América estar ele pie.

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