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Su apostolado en la Amé1·ica Cent1·al 323 ron el último esfuerzo, escribiendo al Gobierno Supremo que los facciosos intentaban invadir la villa durante la misión y que sería mejor dejarla por entonces. El Supremo Gobierno contestó. que no había peligro alguno. III »Se acercaba, por fin, el día tan deseado para las almas bue– nas. Y, por lo mismo, creyendo que el día 15 iba a llegar la Divina Pastora, salieron a encontrarla algunos Párrocos, el Gobernador, la Municipalidad y lo más visible de la villa, tanto de hombres como de señoras, hasta dos o más leguas, y otros muchos llegaron hasta el río Lempa, que dista cuatro leguas. Tan pronto como se supo que estaban cerca los Misio– neros, se vió un movimiento tan grande en toda la villa, que abandonando todos sus trabajos, casas y tiendas, corrían en todas direcciones gritando: ya viene la Divina Pastora: ya vienen los ...... » (1). »En efecto, al frente ya de la población, veíamos como bajaban las gentes en masa, llenando todo el camino. ¡Oh, de qué alegría, de qué entusiasmo se llenó nuestro corazón al ver aquellas tan buenas disposiciones! ¡ Dos pobres capuchinos, vestidos de toscos y remendados hábitos, con unas tristes sandalias por calzado, tostados del sol, bañadas sus frentes en sudor, sin más tren, sin más ar– mas que un báculo en sus manos y un santo crucifijo al pe– cho, conmueven y electrizan las masas populares! ¿Qué es esto? ¡Oh! no son ellos, es la Divina Pastorci– lla, que con cayado en mano va sacando del lodazal de la cul– pa a sus ovejas extraviadas. En el puente nos esperaban los Párrocos de la villa de Arcatas, y luego compareció el Gober- (1) Estos puntos suspensivos quieren decir «los Santos Padres», cali– ficativo que daban a los Misioneros, y que el P. Esteban no quiso estam– par por referirse a su persona.

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