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Su apostolado en la Amé1'ica Cent1·al 319 sas! ¡Qué sucesos tan extraordinarios! ¡Qué entusiasmo, qué fruto! No podemos menos de confesar, después de esto, sino que Dios estaba con nuestro P. Esteban, que era todo un varón de Dios, Vfr .Dei. Y que en este concepto de Santo y de Após– tol era considerado por los habitantes de aquellos países lo dice expresamente uno de los biógrafos del Padre Adoain con estas palabras: «Era tan gloriosa la celebridad que tenía en Guatemala y en El Salvador; era tan querido de todos, tan grande el concepto que tenían de su virtud, y, por lo mismo, tan poderosa la influencia que ejercía sobre los pueblos, que su palabra desbarató repetidas veces las revoluciones mejor con– certadas en la misma víspera de estallar. A la voz del Padre Adoain, que anunciaba las verdades eternas del Catolicismo o reprendía los grandes vicios de la humanidad, se conver– tían los conjurados y presentaban las armas a las autorida– des, hechos gloriosos que la historia no puede olvidar sin manifiesta ingratitud. »Los indígenas participaban también de los sentimientos de los blancos, y era tal la veneración que sentían hacia él que siempre le llamaban el Santo Padre ]lfisionero. En cierta ocasión un indio, haciéndose eco del rumor que había circu– lado entre sus hermanos, preg·untó al mismo P. Adoain si era cierto que fuera él el Apóstol San Pedro, como se decía. Esta circunstancia la sabemos por relación de uno de los compa– ñeros de misión del P. Esteban, que oyó la pregunta y nos ha referido el hecho repetidas veces.» Después de esta misión, ocupóse nuestro Misionero en este año y en el siguiente en activar la construcción del Convento. cuya fundación le había sido confiada por la obediencia, sin descuidar por ello el dar continuas misiones por distintos pueblos de la República, con mucho fruto de sus habitantes, si bien no ocurrieron, según dice el Cronista, acontecimientos que salieran fuera del curso ordinario y común, para que sean dignos de especial mención.