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318 Vida del P. Adoain propio de su carácter y rebosando su corazón en la más com– pleta alegría, como claramente lo indicaba su semblante angelical, prorrumpió en estas exclamaciones: «No puedo menos de decir a vuestros Padres, aquellas palabras del Após– tol: quam speciosi pedes evangelizantium pacem, evangelizan– tium bona» (1). Me faltan expresiones para manifestarles mis agradecimientos, pero ya saben vuestros Padres cual es mi corazón, ya me conocen.» Todo esto lo decía tan conmovido, que enterneció a todos. »Y¿,cómo no había de estar sumamente complacido Su Seño– ría Ilma. al ver que acompañaban a los Misioneros hasta esta ciudad aquellos mismos que habían jurado el exterminio y la ruina de Santa Tecla'? ¿,Cómo dejaría de alegrarse su espíritu viendo con sus propios ojos que aquellas sus ovejas antes divididas y descarriadas por bandos políticos, enemigas mor– tales unas de otras, llegan ahora unidas, hermanadas, for– mando un solo cuerpo y una sola grey'? Pues este es uno de los grandes bienes que ha resultado de esta santa misión, la fraternidad. >>Habiendo llegado a nuestra iglesia y viendo que no podía entrar tanta gente, el señor Obispo nos dió a todos, fuera de ella, su cordial bendición, y cantada la Salve a la Divina Pastora. se retiraron derramando muchas lágrimas. » Hasta aquí el relato de nuestro Misionero. Con todo, no son estos los frutos que más satisfacieron a los Misioneros, sino principalmente los propios de las buenas confesiones y comuniones, y además. en aquellas Repúblicas, el abandono <lel torpe vicio del concubinato, al cual vivían totalmente entregadas muchísimas personas, y tan grandes fueron estos frutos que en los dos meses que duró esta misión, que fueron los de Mayo y Junio enteros, se celebraron en la capital de la República 2,000 matrimonios entre personas amancebadas y se distribuyeron 13,500 comuniones. ¡Qué misión tan estupenda! ¡Qué conversiones tan ruido- (1) Rom., X, 15.

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