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314 Vida del P. Adoain convencido de tales principios y que, ex abundantia cordis os loquitur. »El mismo Presidente, hablando con el Sr. Obispo, se expre– só de esta manera: «Ilmo. Sr.: No tengo palabras para mostrar mi agradecimiento por los bienes de la misión de los Padres Capuchinos. Dios nos envió esta santa misión, y tan a tiempo, que a no haber sido por ella, ya seríamos víctimas y la sangre hubiera corrido por plazas y calles como ríos de agua. » Como varios señores hablasen de la victoria que las armas obtuvie– ron contra los facciosos barristas en la ciudad de la Unión el 30 de Mayo, el Sr. Presidente, contestando, dijo así: «No hay duda que a las armas debemos mucho; pero a quien debemos el triunfo es a la misión de los Padres Capuchinos, que no sólo han evitado el golpe, sino que han desterrado la rivalidad que había entre nosotros y nos han traído la paz de que goza– mos, lo que no podríamos nunca conseguir con la fuerza de las armas. » Mas ¿,por qué se expresaba así el primer Magistra– do? Porque sabía muy bien el apuro en que se encontraba. Sabía que en aquellos momentos se hallaba el Gobierno sin sufi– cientes municiones, armas y demás pertrechos de guerra. Sabía que el partido barrista era numeroso en la capital, atrevido, audaz y valiente. Sabía por repetidos avisos que las reuniones por los barrios a cara descubierta eran muchas y grandes, de día y de noche, pero no las podía evitar. He aquí por qué decía que «el triunfo se debía a la misión de los Padres Capuchinos. V »Como en esta ciudad, que es la capital de la República, no hubo movimiento alguno, la santa misión fué siguiendo la misma marcha y la concurrencia fué aumentando a medida que iban desapareciendo los temores. La Novena de la Divi– na Pastora, los Alabados que se cantaban y la plática que hacía el P. Bernardino después de la misa, arrastraban de tal modo a las gentes, que todas las mañanas se llenaba la igle-

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