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Su apostolado en la Amfrica Cent1·al 309 P. Bernardino de Capellades, como a las seis y media de la mañana. »El señor Don Juan Vertiz, Párroco y Secretario de S. S. Ilma., con el General Don Ciriaco Choto, el Gobernador del Departamento y otros señores, salieron a medio camino a re– cibirnos. Como la entrada había de ser a las cuatro de la tarde tenían una casa preparada al principio del Barrio de la Can– delaria. Aquí pasamos la fuerza del sol. Para la hora asigna– da llegó el clero, las autoridades civiles y militares, con un numeroso pueblo. Enarbolado el estandarte de la Divina Pas– tora, se hicieron a su presencia los actos acostumbrados. >>A pesar de tanta gente, no se oía ni una palabra, guar– dándose profundo silencio. Sin embargo de haber adverti– do que no queríamos música, sorprendieron a todos unos afi– cionados que saliendo de un local, tocaron a la Divina Pasto– ra unas piezas tan patéticas, que entusiasmaron a todos de un modo inexplicable. Ordenada la procesión y entonando el verso A misión os llama ... se comenzó a camina::-, aunque len– tamente, porque no se podía abrir paso por la muchedumbre. jOh!, ¡qué expectáculo tan imponente! Aquel pueblo (1) que momentos antes se hallaba dividido por opiniones políticas, se ve ahora agrupado en torno de un lienzo, sólo porque lleva la imagen de la Madre de Dios, con el humilde título de Pastora de las almas. »Aquel pueblo que instantes antes era audaz e insolente, según expresión de uno de los Ministros del Estado, entona ahora humilde y sumiso cantos de alabanza a la Pastora ben– dita de las almas, María Santísima. Aquel pueblo, en fin, que estaba afilando el puñal, el cuchillo, el machete y espada para clavárselos en los pechos de los más religiosos y honra– dos ciudadanos, va por estas ca.Hes de la Capital de la Repú– blica unido, hermanado y hecho un solo corazón, dirigiendo sus pasos hacia la Catedral, dispuesto a llorar sus extravíos. (1) Al decir pueblo debe entenderse en sentido lato, pues no falta – ban muchas personas distinguidas de la ciudad. Los Misioneros conserva– ron grata memoria de ellas.

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