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Su apostolado en la América Central 299 cías, prosiguió la misión hasta el día 31 del mes y último del año, en el que estuvieron confesando toda la tarde hasta las nueve, sin celebrar el ejercicio de la misión, por haberse de verificar el día de Año Nuevo la primera Comunión general, pues en los lugares popu !osos acostumbraban eelebra r tres y cuatro Comuniones generales. Para esta fecha era muy consi– derable el fruto de la misión, pues las comuniones distribuídas pasaban de 5,000 y los matrimonios de 200. y se esperaba con sobrado fundamento que las comuniones llegarían al terminar la misión a 10,000 y los matrimonios a unos 400. Llenos, pues, de satisfacción por los frutos recogidos, estaban platicando y comentando todo esto como para descansar ele sus fatigas, antes de empezar a cenar, cuando he aquí que entra en la sala un enviado del Gobernador diciendo estas palabras: «Tengo orden para intimarles que· dentro de dos horas salgan de este Estado.» Fácilmente comprenderán nuestros lectores cuánto sentimiento causaría en el ánimo de tan celosos Misioneros, y en particular del P. Esteban, una orden tan injusta como ines– perada, no tanto por la persecución de que eran objeto, pues estaban muy penetrados de la verdad de aquellas palabras de J Psucristo, quien dice que los discípulos no han de ser de mejor suerte que su Maestro, y que, por tanto, si él fué perseguido injustamente, también lo serán los operarios evangélicos, cuan– to por ver que se les impedía sembrar en aquella República tan bien dispuesta la palabra del Santo Evangelio y recoger el fruto de la que acababan de esparcir en el pueblo de Santa Ana, impidiéndose ele este modo la conversión de los pecadores. Sin embargo de esto, adoraron los juicios de Dios, que es quien aflige y consuela, hiere y sana, quita y da la vida, y confor– mes con su divina voluntad, cenaron en la ?ªZ del Señor, arreglaron sus equipajes y haciéndoles montar sobre bestias sin freno, salieron del pueblo a las doce de la madrugada, entre la oscuridad y el silencio sepulcral que a esta hora reina, escol– tados por 50 hombres, que con bayoneta calada los condujeron hasta la frontera de Guatemala, a donde Dios les llamaba para continuar las misiones con el mismo aprecio, e,::tima y fruto

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