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B'li apostolado en la Améi·ica Central 263 mente con la caridad, en otro más peligroso y acaso más útil para la salvación de las almas, exponiendo su vida por la ele sus hermanos, que es el acto más heroico de caridad, según aquellas palabras de nuestro Divino Maestro: Majorem liac cli– lectiunem nema liabet ut animam sitam ponrtt qiris pro amicis suis. «Ninguno tiene caridad más excelente que la ele exponer su vida por la ele sus amigos.» Luego de llegar e~ P. Esteban a Guatemala, se clec 1 aró el cólera en la ciudad y en los pueblos circunvecinos en grado alarmante, siendo muchísimos los ata– cados y muchos también los que morían de la terrible epi– demia. Entonces fué cuando se distinguieron los Capuchinos de un modo especial por su caridad y celo, por la salvación de las almas, pues la Comunidad, a pesar de ser tan redu– cida, que no contaba en su seno más que seis sacerdotes, tomó a su cargo el lazareto, que se había instalado en una casa inmediata al Cementerio de h ciudad, y se ofreció a ser– vir día y noche a los apestados, no sólo en dicho estableci– miento, sino también en las casas; mas entre ellos se señaló este Apostólico Misionero, como lo refiere el Cronista de aque– llas misiones con estas palabras: «Ataca, pues, a principios de Agosto con generales y dolorosos resultados; el lazareto se establece junto al camposanto, y nuestra Comunidad. aunque tan r9ducida que solo cuenta con seis sacerdotes, corre día y noche prestando los espirituales consuelos a los apestados. Toma también a su cuenta el lazareto, y viendo la incomodidad y falta de recursos de aquel perentorio establecimiento, sale el P. Esteban intrépido por las calles a pedir, y en una sola tarde recoge toda la ropa necesaria, de modo que hasta los más pobres se prestaron con gusto.» Viendo algunas pesonas devotas el excesivo trabajo que se tomaban los Padres Capuchinos y qt1e no les era posible auxiliar a todos los atacados de la peste que reclamaban su asistencia, tanto de la ciudad como de los alrededores, pues tenían que ir a pie, agobiadísimos de tantas fatigas, les ofrecieron sus propios coches los que los tenían, y los que no tenían, los alquilaron para que estuvieran siempre a disposi-

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