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Su apostolado en la Amé1·ica Cent1·al 259 ron con el Pan Eucarístico 1,600 almas, siendo tan sólo 40 los matrimonios, debido al gran celo de su digno Párroco antes mencionado. Después de la Comunión del último día dió la Ben– dición Papal y anunció que a las cuatro de la tarde saldrían a dar la Misión del pueblo de Pacicia. Para las tres de la tarde se llenó la iglesia de gente, no sólo del pueblo de Zaragoza, sino también del de Pacicia, que habían ido con el fin ele acom– paüar a los Misioneros, y sobre todo para llevar en triunfo a la Divina Pastora. Aquí se ofreció el espectáculo más edifi– cante, desarrollándose una escena ternfaima y conmovedora . Al ver los zaragozanos que se enarbolaba el estandarte de la Divina Pastora para salir del pueblo, prorrumpieron en un llanto general y lastimero, mas por lo contrario, ~os de Pacicia, viendo que se dirigía con rumbo hacia su pueblo, llenaron los aires de alegres cánticos a la Divina Pástora. Se presen– taron unos 130 hombres con sus cruces a cuestas, y muchos niüos apenas llegados al uso de la razón, cargaron con sus orucecitas, y así acompañaron a la Divina Pastora en seüal do penitencia . Antes tle llegar a Pacicia, se les habían agre– gado ya tres o cuatro mil personas. Luego de llegar, se rezó el santo Rosario, e inmediatamente se dió comienzo a la misión con un panegírico que predicó nuestro P. Esteban, sobre la Divina Pastora, la cual tanto atraía las miradas y los corazones de aquellos indígenas, Muchas familias del pueblo de Zaragoza, donde acababa de dar misión, asistían también a ésta , muy deseosas de aprovecharse más y más, por lo cual la concurrencia fué muy numerosa . Era este pueblo, así como Escuintla , de los que tenían peor fama, y por eso muchos eran ele parecer qne nada se conseguiría con la misión, excepto el Padre Esteban; pero se equivocaron, porque igno:>aban la efica– cia de la g·racia ele Dios. Y, efectivamente, ¿,quién puede resistir a la g racia de Dios'? Aquel mismo Señor que a un perseguidor como Saulo trocó en su Apóstol, hizo de estos empecatados cristianos los más dóciles y fervorosos de cuantos hasta enton– ces habían oído la predicación del P. Esteban. Los quince días que permanecieron aquí los Misioneros, estuvieron muy ata-

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