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Sii apostolado en Ciiba 247 chinos eran nuestro P. Esteban y el P. Galdácano, y no es poca alabanza de este segundo el haber merecido frases tan laudatorias ele tan ilustre y santo Prelado y en tan grave documento. Lo siguiente, que persona bien informada y que nos me– rece entero crédito, nos ha referido como acaecido en esta ocasión, nos ciará una prueba más, tanto del aprecio en que el Arzobispo de Cuba tenía al célebre Capuchino, como de su bien cimentada humildad. Sin duela, con el objeto ele retenerle consigo y de disuadirle de su ida a Guatemala dióle a enten– der el P. Claret que estaba dispuesto a concederle la gracia que pidiera, y aun a conseguirle ie S. M. la Reina un Obis– pado, lo cual no parecerá cosa difícil a quien sepa el ascen– diente que con Isabel II tenía aquel Prelado. A lo que contestó el P. Esteban con aquella entereza e igualdad de ánimo características en él, diciendo: «Ilmo. Sr., Dios me ha lla– mado para ser Capuchino; quiero continuar siéndolo, y nada más.» Entonces dándole un efusivo abrazo, le despidió. Partió, pues, de Cuba para la Habana, en donde, después de haberse despedido de aquel Ilmo. Sr. Obispo con muchas demostraciones de afecto por parte de su Ilma., se embarcó el mes de Octubre del año de 1856 para Guatemala, en la goleta llamada «Semprosiana», y haciendo escala en TruJillo y Oncoa, puertos de la República de Honduras, arribó feliz– mente el día 23 del mismo mes a !rabal, puerto de Guate– mala, y después de un viaje de 60 leguas, llegó el día 29 a la capital de la República, esto es, Nueva Guatemala; al día siguiente pasó a la Antigua Guatemala, donde estaba nuestró convento. La brillante historia de las misiones de este Apóstol en la América Central formará la tercera parte de esta biografía, y la narraremos en capítulos sucesivos.

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