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Su apostolado en Cuba 215 en varios años, como se desprende de lo5 documentos que luego copiaremos. Sabido es que por este tiempo seguía toda– vía dominando en España la inicua ley qne abolió los Ins– titutos y Ordenes religiosas, por lo que era arriesgadísimo aventurarse, como dice un escritor, a restablecerlos sin per– miso o autorización del Gobierno. Por esta causa, el prudente Arzobispo de Cuba, antes ele llevar a cabo la instalación ele dichos Institutos en su Diócesis, elevó a S. M. la Reina una soli– citud pidiendo el restablecimiento de las Ordenes religiosas en Cuba, en apoyo de lo cual adujo tantas y tan buenas razo– nes, que el 26 de Noviembre de 1852, S. M. expidió una Real Cédula, accediendo a los deseos del Prelado. Por lo que se refiere a nuestra Orden Capuchina, he aquí lo que dice el varias veces citado biógrafo del P. Claret (1): «Para perpetuar, además, entre el pueblo las misiones, que tan felices resultados le habían dado, se propuso restablecer en Cuba los PP. Capuchinos, tan célebres por sus predicaciones apostólicas, hechas casi siempre con abundante fruto. Para su establecimiento en la Isla, además de la autorización real, era necesario, según las leyes vig·entes, poseer un Convento– Noviciado que sirviera ele probación y estudio a los jóvenes que hubiesen ele ser destinados a Cuba. Sabedor muy bien ele esto, como quien había hecho especial estudio de las Leyes de Indias, hizo a S.M. la petición que expresa con estas palabras, en una carta dirigida al Sr. Ministro, en la cual le manifestaba sus intentos sobre este asunto: «Ahora, . dice, voy a pedir a S. M. que se establezca en Navarra un Colegio para las misiones ele la Isla. Tengo conmigo dos de estos religio– sos, muy buenos, y hay otros que desean venir a ayudarme. Su instalación tiene la ventaja de que no ha de costar nada al Gobierno, aquí por lo menos. Todo se hará de caridad, como que ellos nada pueden poseer.» El decreto cuarto de la Real Cédula del 26 de Noviembre de 1852, concedió lo que el Siervo de Dios había solicitado, con la sola diferencia ele que no (1) Vida del P. Claret, tomo I, pág. f>57.

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