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Su apostolado en Cuba 201 banzos y patatas, en una olla de barro. Después de haber an– dado gran trecho de camino, los viajeros dijeron qué había– mos ele comer. Nos detuvimos, por tanto; sacaron la olla, encendieron lumbre, y para resguardarse del viento, se arri– maron al tronco de una gran caoba; todos fuimos por leña, mas fué luego tan intenso el calor del fuego que se rompió la olla. Entonces nos procuramos una yagua, que es una hoja grande, que se cae ele las palmeras, semejante al pellejo del carnero. Pusimos en ella el potaje y como no teníamos cucha– ra ni tenedor, cogimos unas güiras, que son hojas de otro ár– bol, y con ellas tomamos nuestro rancho o potaje. Tuvimos sed, y para calmarla tomamos otra yagua, y atada por los extre– mos, formamos un odre, que llenamos de agua en el vecino arroyo, y así bebimos muy regaladamente; todos estábamos tan alegres y tan contentos que era una maravilla. »El día siguiente llegamos a Santiago donde celebré las funciones de Semana Santa, lo cual hice todos los años.» III Después de pasada la Semana Santa, envióle su Prelado a dar misiones en l::i villa del Cobre, designándo~e por compa– ñero al P. Antonio de Galdácano, que recientemente se había incorporado a aquella Archidiócesis. Era este Padre un Capu– chino vizcaíno, quien exclaustrado por la revolución, se fué a los Estados Unidos; de allí pasó de ~ura párroco a Puerto Rico, y como en este punto no le probase el clima, se trasladó a Santiago, donde el Sr. Arzobispo le empleó primero en dar misiones como compañero del P. Esteban, después como pro– fesor del Seminario de Cuba y por último como catedrático de Teología en el Seminario del Escorial, cuando S. E. Ilma., después de su regreso a España, en calidad de confesor de Isabel II, fué encargado de la dirección de dicho Centro Uni– versitario, todo lo cual es una prueba del concepto que tenía este Santo Prelado, de la virtud, saber y demás cualidades del P. Galdácano. Con este Padre dió el P. Esteban algunas