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Sii apostolado en Cuba 189' --- - ------ -·--···-----··-- -- · conoció que de estas excitaciones no resulta, ni puede origi– narse nunca desorden. Sin embargo, para que ni pretexto . quede por nuestra parte a ninguna acusación, sin mi expresa anuencia no se repetirán semejantes escenas, y yo sólo apelaré· a ese recurso si viera lo que no espero ver, que mi voz fuera enteramente desoída, y que mi am,w de pura caridad fuera despreciado, que mis afanes y esfuerzos quec.aban apurados, cuando la gloria de Dios, en fin, sufriese grave menoscabo. Por ültimo, se acusa al Misionero de exigir en el Tribunal de la Penitencia la revelación del cómplice en los pecados de incontinencia. ¿Será posible que esas acusaciones se diri– jan a otra autoridad que Ja mía'? Diré mejor, ese pecado en sí mismo lleva la pena, y en ella incurre ipso jacto el que lo comete. Y aun dado caso que pudiera probarse lo que pasa en el secreto de la confesión entre el sacerdote y el penitente, la pena es espiritual, porque el delito es puramente de esta especie. Pues entonces, ¿a qué denunciarlo a V. E., ni a auto– ridad alguna, lo repito, que no sea la mía? Lejos de mí pensar siquiera que el P. Adoain haya incurrido en semejante delito; y ¡desgraciado delante ele Dios el que se atreviera a abusar del oficio de penitente para tener un pretexto con que infamar a un digno sacerdote! Si esos delitos pudieran perseguirse. ni indirectamente, por la autoridad civil ¡desgraciados los confesores!, o más bien, ¡desgraciados los penitentes, que no– encontra:r_:ían tan fácilmente quíen los desencadenara de la cadena de sus pecados! La Iglesia, más sabia que todo poder humano, ya aplica la pena ipso facto, como he dicho, en el foro interno, aun sin perjuicio de declararla solemnemente cuando proceda y se justifir1ue en el otro extremo, pero siem– pre pena espiritual, porque no puede ser otra. »Esta es una prueba más de que el empeño es desacreditar a la misión a todo trance; porque no hay que perder de vista un hec_ho en apoyo, y es que los demás misioneros me rodean incesantemente y sólo al P. Adoain por su expedición e inte– ligencia le envío, aunque no lejos de mí, generalmente, con otro menos expedito . El gol pe es certero: desacreditar pri-

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