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160 Vida del P. Adoain mente en Santiago y en la Iglesia Catedral, como puede verse en la vida del V. Arzobispo (1). En estas circunstancias, desplegó todo su celo, su activi– dad y gran caridad para con todos, pero de un modo especial con los apestados, haciendo además con ellos el oficio de abo– gado e intercesor para con Dios, a fin de que cesara la peste. Su celo y caridad le hicieron multiplicarse de tal manera que aunque el único cura de la Parroquia de Giguani cayó enfer– mo el día 21, y su compañero también el día 23 con una fuer– te irritación, sin embarg·o de esto y del número crecido de los atacados de la epidemia, y teniendo que asistir a todos. nin– guno murió sin recibir los últimos Sacramentos. Supo sacar todo el partido posible de estas circunstancias en la misión ;. para que salieran de su mal estado los que no había::i sido atacados. Celebró una Comunión ¡2;eneral el día 21, la cual resu~tó lu– cidísima, acercándose el primero a la sagrada Mesa el Señor Gobernador, Don Miguel Prat, con todo el Ayuntamiento. A fin de conseguir del cielo que cesase el terrible azote, dispuso que s:tliera una procesión de penitencia por todas las calles, pero lejos de aplacarse la cólera divina no parece sino qne se irritó más el Señor, porque fué el día en que la epidemia cau– só mayor número de víctimas. ¿,Y cual parecerá a nuestros lectores que fué la causa de esto? Pues no otra, dice el P. Es– teban en sus manuscritos, que el haberse cometido aquel mis– mo día unos horrorosos pecados en la población por algunos hombres lascivos de la misma. No por esto desistió nuestro Misionero, sino que exhortando al pueblo a hacer penitencia, repitió la procesión, sacando en rogativa al patrón del pueblo, San Pablo Apóstol, pero ni aun así disminuyó ni calmó la epi– demia . Por fin, el día 28 se celebró otra Comunión general y una procesión de penitencia, en la que iban todos con los pies des– calzos, llevando los niños y las niñas el estandarte de la Divi– na Pastora, que no faltaba 1 m ninguna de sus misiones; a conti- (1) Vida del P. Claret, tomo I, pág. 56.

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