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144 Vida dei P. Acloain del Prelado. Por una parte, dolíale en extremo emplear el rigor de la ley contra uno de sus hijos rebeldes, y, por otra, el correctivo se hacía necesario tanto para el bien espiritual del ofensor, como para conservar la autoridad que había menester para corregir con eficacia a otros menos endurecidos. »Al cabo se decidió a empuñar conforme a lo establecido por el Santo Concilio de Trento (Sesión 24, cap. 8), la espada de la excomunión. la que blandió contra el altanero amanee• bado, como lo comunicó el mismo Siervo de Dios al Cura Párroco de Lara, a cuya feligresía aquél pertenecía, para los efectos consiguientes. «Con gran sentimiento , le dice, y dolor ele nuestro corazón le hacemos saber, que nos hemos visto precisados a dar cumplimiento a lo dispuesto por el Sagrado Concilio de Trento, Sesión 24, declarando excomulgado a Don Agustín Vilarrodona, feligrés de esa Parroquia ele Lara, ten– dero del Zarzal, quien vive ptí.blicamente amancebado, sir;. ha– cer caso de nuestras pastorales, amonestaciones que le hici– mos por edicto del mes ele Mayo del año pasado y por la Santa Misión que Nos hemos hecho en esa Prrroquia en el presente aüo ..... Viendo enteramente frustadas todas nuestras esperan– zas, como a miembro corrompido, le cortamos y separamos del cuerpo de la Iglesia pm·a que no infeccione a los demás miembros sanos, y, por tanto, le declaramos excomulgado vitando, y como tal le tendrá V. y todos los fieles cristianos, y para que todos le conozcan y se aparten ele él, fijaréis en la puerta de la Iglesia y leeréis esta nuestra declaración en el Ofertorio de la Misa, en tres días festivos seguidos y después en cada primer domingo de mes.» Causó tal terror, según afirma nuestro Misionero, esta exco– munión en todos, pero de un modo muy especial entre la gente de mal vivir, que todos se apresuraron a salir ele su mal estado por medio del matrimonio; el dependiente del excomulgado salió de su casa, ninguno se acercaba a ella y si acontecfa que él iba a alguna casa a verificar alguna cobranza, se retiraban ele él o le cerraban las puertas, de modo que con la excomu– nión cayó sobre él la maldición divina. Viéndose, pues, este

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