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lo hacía todo únicamente para la gloria de su Padre: "He descendido del rielo no para hacer mi voluntad, sino la de ,1quél que me ha enviado". (S. Juan, VI, 38). ¿ Y podemos también en esto imitar a nuestro modelo Jesucristo? Sí, lo podemos. Vuelvo a repetir: Tengarnos en cuenta que en nosotros hay algo que sustituye a la unión hipostática que hace de Jesús el propio Hijo de Dios y es el estado de gracia, por el que somos hijos adoptivos de Dios. Cuando el Padre nos mi.ra en estado de gracia santificante, puede decir como ele T e-c:– sucristo: "Hic est filius meus dilectus" (San • Mateo, III, 17), "Este es mi hijo muy ama– do". ¡ Ya lo dij o ! "ego dixi : .filii excelsi omnes" (Salmo 8r, 6); y así nuestras obras quedan como divinizadas, son deiformes. (C. Marmión). VIDA DE AMOR DE DIOS El segundo motivo del valor de nuestras obras es lo mismo que en Cristo: la perfec– ción interior con que las practicamos, hacien– do en todo la voluntad de Dios y renunciando, 110 a nuestra personalidad porgue no podemos deshacernos de ella, pero sí de nuestro pro– pio juicio y de nuestra propia voluntad para obrar de modo que agrademos al Padre. Observemos dos personas piadosas en estado de gracia y que llevan vida idéntica. 73

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