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obra y trabajar por la salvación de sus heT• manos. Igual necesidad existe en nuestros tiem· pos. Es preciso formar fervorosos católicos -.de todas las clases de la sociedad que presten ayuda a los sacerdotes en la evangelización de las masas. Y para la formación de esas almas esco· giclas hace 'falta la dirección espiritual. Esto es evidente. Cuando estemos en oscuridad (y hay mu– chas oscuridades y desorientaciones en la vida espiritual), no tenemos más remedio q_ue recurrir como los Reyes Magos a quienes se ocultó la estrella, a Jerusalén la Capital de Judea y metrópoli de la religión judía, donde estaba la asamblea de los que debían inter– pretar las Sagradas Escrituras, y quiso Dios ciar por su mediación conocimiento a los Ma– gos de dónde se hallaba el que debía nacer: Jesucristo. ¿ A dónde han ele recurrir, pues, las almas sino a la Iglesia de Cristo, a sus representan– tes, a los sacerdotes directores, recordando aquellas palabras del Divino Maestro: "Qui vos audit, me audit" "El que ,z vosotros oye, a mí me oye"? (S. Lucas, X, 16). Y como Saulo, camino de Damasco, tam– bién nosotros debemos pregudar: "¿ Quid me vis facer e?": "Señor, ¿ qué quieres que haga?" Dios Nuestro Señor le podía haber revelado directamente sus designios, pero no 5
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