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ricos por los méritos de la prec1os1s11na san– gre de Jesucristo vertida por todos y cada uno de nosotros siendo El además: "Pontí– fice eterno con un sacerdocio sin fin siempre vivo y que intercede por nosotros sin cesar". (Ep. a los Hebreos, VII, 25). ¿ Qué confianza y qué esperanza .tan ilimi– tada no debemos tener en tal Pontífice y Sumo Sacerdote, que es al rni~mo tiempo el Hijo muy amado del Padre, y ha siclo nom– brado por él nuestro Jefe y nuestra Cabeza, que nos da participación en t_odos sus méri– tos y en sus satisfacciones? Sea cual fuere el grado de perfección a que hubiéramos llegado, tenemos obligación de hacer de vez en cuando actos de espe– ranza. La esperanza es una virtud sobrenatural o infusa, por la cual tendemos a Dios con fir– me seguridad de poseerlo como último fin y de alcanzar los medios a ello conducentes. Estos medios son la gracia y las buenas obras que con ella se hacen. 6r

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