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el temperamento de Jesús, debe ella formar del mismo modo los cristianos y su tempe– ramento sobrenatural. Tenemos, pues, una madre para nuestra vida espiritual. Porque si consideramos bien el relato evangélico, veremos que el ángel pide a Ma– ría el consentimiento para ser la Madre no sólo de la persona privada de Cristo, sino también de Cristo Salvador (Jesús), es de– cir, del que ha de ser el rey eterno de la humanidad regenerada, el príncipe, la cabeza ele un cuerpo místico del cual somos miem– bros. Luego no puede ser madre de Jesús que es cabeza ele ese cuerpo místico sin serlo al mismo tiempo ele los miembros que lo com– ponen. Ese es el pensamier:to de San Agustín cuando dice: "carne mater capitis nostri, spiritu mater membrorum ejus": "lvf adre del Hombre Jesús por una generación tem– poral y madre de Cristo Cabeza y miembros por la gracia". Por otra parte, la declaración de J esucris– to en el Calvario no es sino la confirmación y promulgación de esta verdad. Y como la Santísima Virgen nos ama en consecuencia como a una prolongación, como a un miembro vivo de su Hijo muy amado, es decir, nos ama muchísimo, debemos nos– otros corresponderle del mismo modo.

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