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A todos acometen graves tentaciones, ge– neralmente en la edad del desarrollo, de la pubertad ; para resistjr valientemente a ellas, hace falta oración, privarse de lecturas, de ..... asistir a espectáculos, negarse las más J?e– queñas concesiones, etc., etc., y así por lar– gos años... ¿ Y no supone todo esto esfuer– zos más que ord~narios y a veces heroicos'! Esta es, pues, nuestra vida: una lucha. Nuestras facultades interiores se inclinan con fuerza hacia el placer, mientras que las superiores tienden hacia el bien honesto. Pero entre estos dos suele haber conflicto: lo que nos agrada, lo que es o no~ parece útil para nosotros, no es siempre bueno moral– mente; será preciso que la razón imponga el orden, reprima entonces las tendencias con– trarias y las venza: esta es la lucha del espí– ritu contra la carne, de la voluntad contra la pasión. Muy dura es esta lucha: así como en la primavera sube con fuerza la savia por los á,rboles, también en la parte sensitiva de nuestra alma, levántanse impulsos violentos hacia el placer sensible. El placer no es malo de suyo. Ordenán– dolo a su fin propio que es el bien mor?,l y sobrenatural, no es un mal, sino un bien. Pero desear el placer independienteme1~te del fin que le hace lícito, o sea, quererlo como un fin en el cual descansa la voluntad, es un desorden. 34

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