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• de amarle como El se ama, de vivir su vida divina convirtiendo así a un hombre que pen– saba, amaba y obraba como hombre, en un ser humano _que sin dejar de ser hombre, _pen- .,. sará, amará y obrará de un modo parecido a Dios. En el fondo gracia y gloria son una misma realidad. La gracia es el comienzo de la glo– ria. La gracia es la semilla, la gloria es el árbol. La gloria en el cielo no es sino el desarrollo de la gracia en este mundo. SANTIDAD Una vez así constituídos en el orden sobre– natural, debemos buscar sin otro norte nues– tra propia santificación. "Dios nos ha elegido para ser santos e irreprensibles", nos dice el gran Apóstol. Nuestra santidad sier:do criaturas, no puede ser otra que una participación en la de Dios: El es la santidad misma, l:> santidad por esencia. Y ¿ en qué consiste la santidad de Dios? Primero en un alejamiento de todo cuanto sea imperfección, esto en su aspecto negativo. Después, la santidad efe Dios consiste: "en una adhesión por un acto eternamente "inmutable y siempre actual al bien i11finito "que no es otro que El mismo, hasta llegar "a confundirse en todo con ese mismo bien". (C. Marrnión, "Jesucristo vida del alma"). 18
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