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. .,.. vida divina, increada, vida necesaria, subsis– tente por sí misma, la vida de Dios que quie– re comunicarnos y cuya participación consti– tuye nuestra santidad. Llegados por la gracia a esa vida de Dios, somos ya de raza divina, condición que se re– quiere para ser adoptado como en la adop– ción civil o legal se requiere ser de la raza humana. Y efrctivamente por una voluntad infinita– mente libre, pero llena de amor, D_ios nos ha predestinado a ser, no sólo criaturas, hom– bres racionales, sino hijos suyos como dice San Pablo: "Nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo", (Ep. a los Efesios, I, 5); de manera que con toda verdad podemos llamar a Dios, no ya sólo Padre, sino Padre nuestro; somos her– manos de Jesús y juntos podemos decir: Pa– dre nuestro. La gracia, pues, nos hace hijos adoptivos de Dios. HERMANOS DE JESUCRISTO ¿ Y qué resulta de ahí? Que siendo hijos de Dios por la gracia, somos hermanos de Jesucristo; éste, hijo de Dios por naturaleza y nosotros, hijos de Dios por adopción. Además, la adopción de la gracia es más perfecta que la adopción humana o legal: porque ésta adopta a un hijo dándole su nom– bre, títulos y herencia, pero no puede infun– dirle su sangre; en cambio Dios no se limita 13

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