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,:os más grandes¡....~u mirada siempre tranquila y se– rena en el pesado y fatigoso oficio; la calmá im– perturbable ante los·insultos de los·insolentes y las in– jurias de los atrevidos, eran una predicación elocuen– tísima, que hacía tódos los días a una gran multitud de gentes. Era de pocas palabras, pero su mirada lle– gaba al corazón. Muchos de los pobres transeuntes, cuya alma estaba más necesitada que su c·uerpo, con– movidos por la mirada del santo portero, pasaban a confesarse a la Iglesia, después de haber recibido la limosna. La fuente de su virtud Cuanto más silencioso era con el mundo que le ro– deaba, tanto más elocuente era con el cielo. La pre– sencia de Dios era la ocupación constante de su al– ma, y la oración, la ocupación incesante de sus labios. Empezaba el día levantándose a las 3 y media de la mañana, yendo enseguida a postrarse a los pies del Santo Tabernáculo y el último saludo de la no– che era también para Jesús Sacramentado. Todas las mañanas recibía la sagrada Comunión a las 4 y me– dia y si, durante.el día, su pesado oficio de portero le dejaba ·libre unos minutos , se refugiaba en un cuarti– to que tenía junto a la portería y debajo de la esca– lera, llamado por esta razón, la celda de San Alejo, y por una ventanita que daba a la Iglesia, miraba al Sagrario y allí encontraba la fuerza que necesitaba para vencer los obstáculos que se oponían a su san– tidad. -8-

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