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cristiano» y la labor «neocolonial» de los misioneros, no está muy justificada 58 • 58. Uno de los etnólogos que con más apasionamiento y virulencia defien– de y añora el bohío -«la casa del mito»-, como él mismo lo llama, es R. Jaulin (o. c., 63}. Todas las referencias que a lo largo de su libro se hacen en torno al bohío son un canto lírico al mismo. Aprovecha cualquier oportu– nidad para proponer los argumentos materiales y relacionales en contra de la inculturación en este aspecto concreto (78. 352-354). Analiza los efectos sim– ples y formales de las modificaciones materiales y su aspecto sociológico (345- 346). Se exponen las ventajas de la casa colectiva sobre la familiar (348 ss.): aquélla favorece la intimidad familiar (52-53. 55), el trabajo de la mujer (55- 56), la seguridad (56). El suelo de aquélla -simplemente la tierra limpiada por las mujeres- favorece, más que el hormigón de las nuevas casas, la lim– pieza de la orina, excrementos de los niños, etc. (49. 52-53. 56-58). Se resaltan también los males causados por esa inculturación material de la casa primiti– va: egoísmo -sedentarismo forzad<>-, indiferencia hacia el vecino -negación del otr<>-, soledad de las actividades de producción (351. 49). Las nuevas casas, de zinc y hormigón, son «horriblemente inadaptadas y poco conforta– bles» (48), «hornos inhabitables» (171). En una palabra, es una muestra más, según dicho autor, «del proceso de destrucción cultural (115-116), del neo– colonianismo (46) y del faraonismo cristiano» (344). La sustitución del bohío primitivo ha destruido todos esos valores tan propios del pueblo bar!, sobre todo el respeto a la individualidad y a la familia, embruteciéndolos (9). Reconocemos que el tema abordado por Jaulin es muy serio desde el punto de vista de la antropología cultural. Creemos, sin embargo, que la forma de presentarlo y de aportar soluciones no respeta esa seriedad que merece. Es preciso admitir, en honor a la verdad, que en este proceso de inculturación del pueblo barí no siempre se han tenido en cuenta ni se han respetado con honradez intelectual y sentido práctico algunos principios esenciales de la antropología cultural. Concedemos, también, credibilidad a algunos detalles po– co laudables en dicho proceso y que el autor expone en su libro, y critica con toda justicia. Pensamos, sin embargo, que la defensa que Jaulin hace de la necesidad de la permanencia a ultranza de algunas instituciones materiales bari, no se realiza con la debida seriedad científica y práctica que él mismo pro– pugna. Se cae en ciertas excentricidades teóricas y prácticas que no pueden ser, además, propuestas en nombre de las ciencias antropológicas. Por otra parte, nos extraña la falta de lógica que manifiesta en la defensa del bohío en estas páginas si se comparan con sus afirmaciones sobre la situación en que vivió durante los ocho primeros días de su estancia entre los bari: «El bohío era pequeño; éramos alrededor de cien amontonados los unos sobre los otros. Hacía un calor de fines de estación seca, agravado por la perpetua hu– medad de la selva. El lugar estaba sucio; se dormía "escondido" en la hama– ca, para evitar en lo posible las escupidas de los vecinos cuyas hamacas esta– ban colgadas sobre mi cabeza; me sentía un poco despechado por la sucie– dad, la falta de comodidades y el clima; pero, en fin, todo eso tenia olor de vida; era una suerte de corte de los milagros de una comunidad de carne y hueso. El contacto divertía e interesaba...» (o. c., 169). Creemos que, ante esta cita, sobra todo comentario. El retrato que nos hace no creemos sea co– como para pensar en ese «paraíso perdido» con la inculturación de la vivienda y al cual haya que volver... notas, meterlos en la jaula de tela metálica, vestirlos de harapos, enseñarles a recitar oraciones o a retener de memoria el inventario de las herramientas 72

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