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hacia arriba!». Sabaseba vio pasar un bicho raro muy largo, era cai– mán. «Tú te vas a quedar para siempre haciendo eso, porque obliga– ba a los pescados a subir hacia arriba». Kokébadóu tenía bastantes palos blancos para cuando los rompía. Los palos son largos. Kokébadóu tenía bastantes palos blancos. El palo se llama «schiborkó» y está al lado de las casas. La casa de Ko– kébadóu está cerca de la orilla del mar; donde está la base del agua. Sabaseba le había dicho que se ocupara de esos trabajos: «Tú te vas a encargar de echar los pescados para siempre». Y esos palos son gordos y, a la vez, largos. Cerca de la casa hay montón de palos blancos. En los tiempos de verano, Kokébadóu echada bastantes pescados y los barí, al oírlos, los pescaban. «Tú te vas a encargar de quemar las hojas para que haga tiempo de verano. Tú te vas a encargar de oír en forma de martín pescador. Si te gritan los barí para que eches pescado, puedes arrancar unas cuantas hojas de mata para que venga el verano y, a la vez, echas los pescados en tiempo de primavera. Cuando tú quemes las hojas, se irán secando los ríos y el mar. Tú vas a quemar un poquito para que no se seque el río todito». Sabaseba le manáó quemar un poquito para que los barí pesquen suficiente y el río esté bajito. Sabaseba le dijo: «No se llenen tan alto los ríos; es preferible quemar poquito las hojas para que pue– dan los barí pescar, y, además, no se seque el río». Sabaseba le encarga cortar las matas, en tiempo oportuno, para, luego, acudir a los pescados. «No vas a quedar conmigo, sino que te vas a quedar donde nace el sol y te encargas de echar los pescados». Sabaseba le dijo a Kokébadóu: «Te quedarás para siempre ahí, don– de nace el sol, y cuidarás bien fuerte a los pescados, moviendo bien el agua». Antes lo hizo el padre Kokébadóu. Ahora le toca al hijo. Ellos dos se quedaron mirando. En la profundidad del mar el hijo no tenía miedo, sino que seguía sacudiendo a los pescados. El papá le dijo al hijo: «Se mueve algo raro. Es 'largo. Lo hemos visto en la orilla del mar». Pasó sólo uno. Era kantashó (caimán). Sabaseba le dijo al hijo de Kokébadóu: «Sigue acudiendo a los pescados». :fll:andóu se quedó mirando hacia el mar. Para ver, miró en la orilla y vio pasar algo raro. Era caimán. :fll:andóu no se acercó a la casa de Kokébadóu, sino que se quedó alejado, fuera del rincón de la orilla del mar. A la vez, esperaba a Sabaseba para marchar hacia el cielo, para pro– seguir el viaje. Le dijo Sabaseba a Kokébadóu: «Yo seguiré haciendo de sol y tú serás un gran pescador, dueño de pescados». Sabaseba se quedaba mirando cada vez que el hijo de Kokébadóu acudía a los pescados. Y :fll:andóu lo esperaba. Sabaseba dijo a Kokébadóu: «Te voy a encargar para siempre de esos trabajos». Le dijo Kokébadóu a los hijos: «Echaréis los pescados y a Sabase– ba no hará falta acompañarles». Pero barí comenzaron a gritar: «Es– tamos en tiempo de primavera y pasamos frío» . Y dicen los barí que 334

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