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cristianos. Los recibió el Padre con amabilidad y los alentó en sus buenos propósitos, agasajándoles cuan– to pudo. Observó sin embargo, que no se encontra– ban contentos; al verlos en esa actitud, los animó y exhortó una y otra vez. Ellos sin embargo trabajaron para pervertir a los demás, a fin de que se fuesen con ellos a los montes. Al ver que no conseguían su intento, tramaron dar muerte al Padre, y para ello aprovecharon la ocasión de la visita, que solía hacer diariamente por las casas, después de haber dicho misa, a fin de ver si había enfermos, consolar a los indios o también componer algún pleito. Al llegar el Padre a la casa donde estos indios extraños se alojaban, los encontró tristes y taciturnos. Creyéndose meditaban huir a los montes, les exhortó con nuevo fervor a que no lo hiciesen y perseverasen con los demás. Pero ellos, sin responder palabra, se estuvieron sentados y taciturnos hasta que el Padre se marchó. Era ya mediodía y el misionero se encaminó a su casa para tomar su pobre refección. Apenas los había dejado y vuelta las espaldas, cuando ellos, tomando sus arcos, le acometieron con las armas, disparándole sus flechas, una de las cuales le atravesó desde la espalda hasta el pecho. Viéndose mortalmente heri– do, fue prosiguiendo su camino para llegar a casa, haciendo muchos actos heróicos e invocando el nom– bre de Jesús. Aquellos bárbaros, no contentos con dar muerte al Padre, mataron asimismo a un niño que le asistía y le ayudaba a misa. Se llamaba Manuel Vera y era hijo de padre español y madre criolla, vecinos de Santa María de los Angeles. Se había refugiado éste en un rincón de la casa, al ver lo que los indios hací– an con el Padre; allí le dieron también muerte. -109-

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