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LA INFANCIA Y LOS AÑOS DE FORMACIÓN Hqjaestadística del P. Jaime cuando especifica los lugares de residencia de su infancia: Lezáun; 1925 a 28 diciembre de 1930; Unzué, de esta fecha al 9 de octubre de 1934; Badostáin, junto a Pamplona, desde octubre de 1934 hasta su entrada en el Seminario de Alsasua en septiembre de 1936. La familia permanecería en Badostáin, y allí celebraría su Primera Misa. La primera Comunión, en Unzué, sin cumplir ocho años, nos llevaa un recuerdo sorprendente que nos permite asomarnos al almamisteriosa de un niño. En cierta ocasión, hace menos de dos años, le oí contar al P. Jaime esta anécdota, cuando celebraba en Las Águilas (México, D.F.) la Misa de Primera Comunión de un niño; yo le acompañaba y fortuita– mente concelebraba con él. Para animar al niño, le recordaba cómo fue la Primera Comunión suya, su encuentro con Jesús. Recibir a Jesús en el corazóneracomo entrar enel cielo; demodo que, cuando pasó laMisa, y se vio él que era igual y que todavía no había ido al cielo..., un raro sentimiento de extrañeza de sí mismo embargó su corazón. Su padre era un católico de verdad; lo mismo sumadre. En tiempo de la guerra civil, que estalló en aquel famoso 18 de julio de1936, durante cuarenta años celebrado en el gobierno del Caudillo vencedor, su padre era, como la granmayoría, un convencido de que la guerra era una lucha por salvar la fe, una cruzada de religión. Y veía con orgullo el que sus hijos pudierancombatirpor esta causa. Enconversaciones de sobremesa alguna vez hicimos memoria de aquellos años lejanos, que vinieron a España dos lustros después del inicio de la persecución religiosa en México (1926); y el P. Jaime, de corazón abierto a todos los mundos, contaba, con firmeza y sin cobardía, el fervor religioso de su padre por la guerra. Los mártires mexicanos, a los que muy de corazón alababa el P. Jaime, y losmártires españoles, eran testigos de la mismacausa. ¡ Viva Cristo Rey!, era el grito de victoria y muerte de unos y otros, el canto de agonía para sellar su fe. Los tiempos han girado más que un torbellino, pero aquel recuerdo es un testimonio indeleble de la vivencia de una fe.

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