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[po) CAPÍTULO IX -No, no limpies nada-le dice laMadre. Es mejor que lo veaelmédico. Después de un rato se presenta el equipo de la Cruz Roja: un doctor, la enfermera, aparte del chófer. Ven, al instante, que hay que trasladarlo. - Padre, le vamos a llevar a la Cruz Roja. - Pero... no es necesario. - Le vamos a llevar para unos análisis. - Bueno... Al descubrirlo ven que la sangre había caído en abundancia por la ropa interior. (El certificado de defunción hablará de "choque hipovolémico" a las 6 horas, y de "sangrado de tubo dígestívo alto" y "úlcera pilórica sangrante" a las 18 horas). Introducen la camilla en la celda. Madre Angélica ha sido testigo discreta de esta escena. En ningún momento el enfermo ha perdido la serenidad y la paz; en sus ojos brilla la resignación y el abandono, y se percibe una misteriosa unción espiritual, bien distinta de lo que podría sugerir aquella sangre derramada en el suelo... Él mismo, sacando ánimos, se incorpora para ayudar a médico y enfermera en el acomodo en la camilla. - No se moleste, señor; nosotros mismos le colocarnos. La hermana Hilda López M. (directora de estudios) y la hermana Virginia Aguilar H. (administradora de la casa) le acompañan en la ambulancia. Observan que durante el trayecto los doctores han hablado con el celular, y ya no le llevan a la Cruz Roja, sino al Hospital General de Cuautitlán Izcalli. Ingresa en Urgencias. Acaba de comenzar la última estación de una vida hermosa, fuera de casa, y rumbo al altar final de la oblación.

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