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[m] CAPITULO IX comisura de los labios y barba. Pero la impresión le ha impedido ver el charco de sangre que hay al otro lado de la cama, en el costado derecho. La hermana Miriam, con todo el cariño que puede, se inclina a la cabecera del enfermo, y le dice: - Nuestro Padre Jaimito, ¿qué le ha pasado? ¿Se siente mal? La mirada tendida del enfermo hacia su interlocutora emite paz; pero parece que no oye bien, y hay que insistir en la pregunta. - Yo estoy bien; no tengo nada. - ¿Le duele su cabeza? ¿O su estómago? - Dolerme, nada. Sólo quiero vomitar. Por eso estoy tranquilo, para no moverme. Miriamcorre a la capilla a avisar a laMadre y le cuenta lo que ha visto. La Madre Guadalupe Rodríguez Luquín va a la sacristía a comunicár– selo al P. Jesús, quien, de repente, pensando en algo transitorio, le dice: - Llamen al médico y ya voy luego. - Cuando regresan las hermanas, ven no solamente al enfermo sino un charco de sangre, a la derecha de la cama. Miriam le dice: - Padre, le salió sangre de la nariz. Entonces el enfermo saca la mano de debajo de sábana y cobija - estaba ensangrentada - y la llevó a la nariz. - Esto no es nada. - ¿Le llamo a nuestro Padre Arrondo? - ¿Qué dice? - Si le llamo a nuestro Padre Arrondo. - No hace falta; yo estoy bien. El P. Jaime se siente tranquilo, en paz; le brillan unos ojos hermosos. Y, al parecer, cree que esto ha sido un simple accidente.

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