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CAPÍTULO V la fe. Además muchos han aceptado esa distinción, que hoy se hace con frecuencia, entre la posibilidad de renunciar a la propia defensa y la obligación de defender a los hermanos, sus bienes y su fe, eficazmente con las armas. Después el entusiasmo -que acaso podemos llamar fanatismo– dictará a los predicadores de la cruzada la firme promesa del paraíso a los que mueren combatiendo a los infieles. Estos ponían en relieve la generosidad de quienes estaban prontos a dar la vida; pero en la guerra morir ymatar sondos caras de lamisma realidad violenta. De aquí deriva que san Bernardo diga que matar al infiel no es homicidio" 194 • Este párrafo, más allá de la circunstancia, nos lleva al corazón del P. Jaime, para saber cómo sentía él sobre la violencia y las armas. Se le hacía muy difícil -nos confesaba una vez en la mesa- rezar ese salmo litánico que se reza en Vísperas: "Dad gracia al Señor, porque es su misericordia... Mató a reyes poderoso, porque es eterna sumisericordia; a Sijón, rey de los amorreos, porque es eterna su misericordia; y a Og, rey de Basán, porque es eterna su misericordia...". La jornada de Asís se presentaba como un camino, y, por cierto, "un camino no fácil". Seguía en su relato: "De regreso de Asís a Roma, viajé con un profesor de teología, católico, palestino, perteneciente al centro ecuménico que Pablo VI hizo construir en Jerusalén. En la estación de Asís me dirigió esta pregunta: ¿Qué piensa usted de esta jornada de oración? ¿Servirá para algo o será un gesto de los jefes religiosos, uno de esos gestos -a veces económica– mente costosos- que quedan como simple gesto, quizás con un "bel souvenir", y nada más? El ciertamente pensaba en su pueblo palestino, en busca de una tierra y una patria. 194 Art. cit. 103.

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