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APARTADO PRIMERO: JESUCRISTO LA CIUDAD DE DIOS En la noche callada penetraste en mi ser y dejaste flotando en mi cabaña un no sé qué de tu presencia pura que hechizaba mi espíritu llenándolo de gozo, mientras se iban durmiendo los sentidos en el lago profundo de tus ojos. Vino sola, desnuda, por la acequia escondida donde nadie a su vista aparecía, tan sólo cortejada por un halo suavísimo de luz, presencia del Amado, que todo lo cubría dulcemente e iluminaba mi alma enamorada. No tenía figura, ni rostro de persona. Era inútil prestarles los pinceles a Velázquez, Murillo o Fra Angélico; su imagen invisible quemaba a fuego vivo mi espíritu, cometa desbocada, imantado a los pies de tu belleza.
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