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NÉSTOR ZUBELDÍA BARSELÓ vivo, ardiente y cariñoso, en su cénit lo besaba. ¡ Qué voces las de mi gente que hacían temblar el alma de emoción y de entusiasmo, voces que nunca se apagan! Corpus Christi era gran fiesta en todas nuestras moradas, los balcones revestidos con las telas más preciadas. Todas las calles del pueblo estaban engalanadas, en cada una un Altar y un jardín en la calzada, y, al paso de la Custodia, la lluvia de rosas blancas. Cuando el abuelo acabó de narrar tanta añoranza, cuentan que el nieto gozoso dulcemente le besaba; y en la noche de silencio, desde entonces se escuchaba la voz de un niño cantando hasta rayar la alborada: ¿por qué han perdido los pueblos sus raíces tan sagradas?

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