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CIENTO CINCUENTA LUNAS derrumba el aliento. Al despedirme les comunico: "Este es el último matrimonio que bendigo en Engabao". Buenas noches. Tres meses después, un 27 de octubre de 1990, un grupo de notables de la comuna, después de terminada la misa, se acerca al altar, pide perdón y eleva una insistente súplica para que reinicie la bendición de los matrimonios en el recinto prometiéndome que van a cambiar el comportamiento. Me sorprenden, casi me toman por asalto. Suspendí los matrimonios -les dije- por motivos pastorales: cada sábado, cada boda... la iglesia se convertía en mercado y se impedía la proclamación y reflexión serena del evangelio. Y para colmo, sin un triste parlante. Al despedirme del grupo de notables les digo que su petición abre un pequeño resquicio para poder considerar la determinación. La enfermedad La vida religiosa de los vecinos es aparentemente pagana. La gente vive una fuerte religiosidad en los momentos importantes de la vida y, sobre todo, cuando se encuentra ante lo desconocido. Ante el misterio, el hombre queda desmadejado y rociado de temor y busca un agarradero para salir del apuro, una tabla para alcanzar la orilla. El viviente ama la vida y lucha al precio que sea para desbaratar las amenazas que la cercan. Tiene un olfato especial para dilucidar el tipo de enfermedad. Hay dos clases de enfermedades: las del campo y las de Dios. Las del campo son causadas por agentes sobrenaturales: mal de aire, mal de ojo, y brujería y son tratados por curanderos y chamanes desde

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