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CIENTO CINCUENTA LUNAS GQ del terno que visten los novios: Gilberto, rosado; y Alberto, celeste. Las novias van de largo; Cenia lo lleva blanco y Julia lo trae celeste, señal de que la novia con di_ez y siete primaveras llega encinta. Esta noche los novios toman asiento frente al altar en una banca colocada en esa ubicación; junto a los novios toman posición los pajes y la portadora de aros. Es de noche y la capilla luce a oscuras; las lenguas de los cirios movilizan la oscuridad. Al momento de dar la bienvenida a los contrayentes me falta el novio; al rato le atisbo a la entrada del templo peleando con unos perros y sacándolos a puntapiés. Integrado a su posición, iniciamos la liturgia. Es dificil avanzar; son turbas de niños que lloran y gritan, y un montón de perros que corren y ladran. Es la monda: necesariamente hay que reducir la homilía y alcorzar la misa. Y al final hay que posar para la foto con los novios. La boda de esta noche trae unas reminiscencias antiguas. Termi– nada la ceremonia, el padre del novio reparte sendas espermas a novios y padrinos y está listo a cebarlas; el veterano ha pasado toda la misa con el mazo en la mano. Le pregunto cuál es el significado de este rito. "No lo sé -dice encogiendo los hombros- me ha ordenado la mamá de la novia". Uno no sabe de dónde puede originarse esta novedad. Acaso será una transferencia de las noches en la "orilla" iluminadas con lámparas de kerosén, o la reminiscencia de las bodas judías con antorchas al encuentro del novio. Es el sábado 3 de diciembre del 88. Se casan Ovidio y Merey. La monda con los perros; media docena de machos cortejan a una perra alunada en el recinto del templo. Un pariente del novio con un palo de escoba arremete a la hembra que sale escapada arrastrando la procesión. En el momento de la paz invito a los novios a darse el primer beso como esposos. Ovidio lo toma en serio y se prende de la joven esposa. A los feligreses les brillan los ojos y se les secan los labios.

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