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FRANCISCO ÜSTÉRIZ LIZARRAGA domicilios recitando el estribillo: "Ángeles somos/ del cielo venimos/ pan les pedimos". La dueña de casa abre la puerta y obsequia a los chiquillos los guaguas de pan. El 2 de noviembre es el día más rico en creencias populares. Ese día los vivos viven fuera de sus cuerpos y los muertos, fuera de sus tumbas; junto a los ramos de flores destacan las tarjetas ribeteadas demorado con tiernas leyendas de juramento de recuerdo y cariño eterno. La tarea más importante y sagrada de las amas de casa consiste en preparar el almuerzo para los finados. Es una suculenta comida con los manjares más variados y frescos y los condimentos más exquisitos para que los "finaditos" puedan gustar las viandas que más apetecieron en vida. Aquella mañana del 86, la señora Sara Tomalá preparó la mesa para su papá. Lo hizo en la habitación del hijo soltero, que no era la más amplia pero sí "virgen"; los demás hijos, casados, no dejan de hacer zanganadas, anota la señora. Preparó una mesa sobre la cama de tabla desnuda, tendió un mantel y colocó las viandas con un desorden sin principio: mariscos, langostas, langostinos; corvina frita, pescado asado y cocido; carnes de res y venado a la brasa; seco de gallina, cazuela, arroz, camote; frutas, dulces; colas, cervezas, trago y una cantidad exagerada de pan de sal y de dulce. Al punto del mediodía, el finadito accede a su casa y sentado a lamesa gusta la opípara comida. Satisfecho de la excelente acogida y la abundancia y exquisitez de los manjares, regresa a su nicho para continuar el largo camino. Poco después de las cinco y media de la tarde llego al domicilio de Sara y advierto que los alimentos siguen frescos e intactos en la penumbra del atardecer, tal como los colocaron de mañana.

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