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CIENTO CINCUENTA LUNAS 0D dos por el estruendo se retiran a la oscuridad. Los "huiriquingues" y la vaca loca corren por la plaza y hacen las delicias de los niños. Poco antes de lamedia noche comienza la quema de los carros de combate y aviones de guerra; y a las doce en punto arde el castillo. A partir de ese momento se rompen los diques y empieza la juerga; y la parranda desenfrenada, azuzada por los canelazos, el trago y la cerveza y agitada por la música calienta de la orquesta... Amanece el día como un bostezo. Las primeras luces de la aurora andan a tientas para encontrar el pueblo: palpan poco a poco las calles y la plaza y encuentran un reguero de borrachos y el piso de tierra desmigado por el brío del baile y los desperdicios de botellas vacías, papel, comidas desperdigadas, y vómitos vidriosos. Sólo se alza el castillo, destripado y seco. A media mañana se despereza el ambiente y parece que el pueblo todavía vive. Los músicos se desayunan con sendos vasos de cerveza helada, no aciertan a embocar los instrumentos y tocan unos compases imposibles de identificar. Sobre las once del día, bajo un sol desnudo, los feligreses acarrean el cuerpo a empujones hasta el templo para encomendarse al patrono y pedir sus bendiciones. Finalizada la eucaristía, la imagen del santo recorre las calles a hombros de sus devotos, acompañada por la banda que ejecuta las tonadas del avemaría. Fuera de las fiestas patronales se celebran con frecuencia bautizos, matrimonios, cumpleaños y, aunque llevan un sello familiar, el bullicio y la música salpican la población. Engabao es un pueblo fiestero.

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