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0) FRANCISCO ÜSTÉRIZ LIZARRAGA Madre Dolorosa y San Jacinto. En el centro se alza el altar. El pavimento luce levantado, exigiendo una urgente reconstrucción. Frente a la iglesia aparece un rectángulo pavimentado y cercado con bloques y, detrás, una plazoleta pavimentada. El aspecto del pueblo resulta vicioso: perros, chanchos, chivos y gatos deambulan sueltos por las calles crudas y niños descalzos juegan en las charcas; en verano, las ráfagas de viento y la velocidad de las camionetas cubren el ambiente de espeso polvo; en invierno las calles viven en lodo día y noche. Las señoras en traje de faena arrojan a la calle las aguas sobrantes del lavado de ropa y la limpieza de los trastes. Los virus vuelan sueltos y los miasmas llegan hasta la altura del aire de respiro. La brisa del mar pelea con los contagios y atempera el sofoco. Mayor parte de la gente se dedica a la pesca artesanal. La jornada comienza a las 2 '30 de la tarde; a esa hora las canoas están preparadas sobre la arena para salir a la faena: el motor fuera de borda apegado a la popa, dos auxiliares de gasolina con aceite, los trasmallos y dos pebeteros con estopa empapada en kérex para alumbrar la noche al regreso. Deslizan la embarcación sobre troncos de madera o balso, entran la canoa hasta la cintura, prenden el motor con piola y salta la embarcación como un novillo sobre el lomo de las olas buscando el sector más propicio en el inmenso océano. Sobre las 8 '30 de la noche están regresando. La operación de atraque en seco es delicada. Los pescadores colocan la panga de popa y aprovechando la hinchazón de las olas la acercan hasta los labios de la orilla. Para entonces familiares y trabajadores a sueldo abordan la nave y a empuje de músculos y con el agua hasta la

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