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garganta"; pero le dice: "aeste paso veré todavía el fin del siglo, pue3me siento con exceso de fuerza". La Escuela Seráfica. El problema se dio cuando el P. Cesáreo se manifestó partidario de empezar a implantar nuestra Orden, corno lo estaban ya haciendo otras Congregaciones Religiosas, améndel CleroDiocesano. Incluso le había dicho al Superior de la Misión, P. Eusebio de Azpilicueta, que "era un crimen que no tuviéramos Escuela Seráfica". La frase, aunque dura, era fruto de su optimismo e idealismo. El Superior de Filipinas informó de ello al P. Provincial, según aparece en la larga carta arriba citada, con la llamada "al orden" que le hace el Superior de Navarra. Hemos visto cómo el P. Cesáreo respondió reconociendo humildemen– te su imprudencia. En este punto le dice al P. Ladislao que su fin no era sino exponer "nuestro estado y necesidades, una petición, no exigencia, de todo aquello que en concienciadebíapedirparaapresurar" la solución de "ciertos males de esta mi pobre patria" (Filipinas), "una de ellas la carencia de sacerdotes". Él soñaba remediar en parte esta necesidad por medio de la Escuela Seráfica. En estas circunstancias, el P. Eusebio de Azpilicueta comuni– có al P. Provincial el 4 de marzo de 1934, que había convocado a una reunión abierta a todos los Padres que pudiesen acudir. Y le dice que ellos "están unánimes en afirmar que hoy por hoy es imposible, 1 º) por carecer de personal docente en inglés, y 2º) por carecer de recursos para sostener los gastos... Confórmese costear el Seminario a un candidato que ofrezca garantías de que ha de llegar a ser capuchino" 94 • Aun este plan no dio resultado; las pocas vocaciones que había, se iban al clero diocesano o a Congregaciones de Misioneros con personal docente bien preparado y con edificios apropiados, corno los Jesuitas, 94 Archivo Provincial de Capuchinos, Pamplona. [F]
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