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padres de cada alumno y sufrir muchas molestias e inconvenientes. (Entre ellos, el que se necesitaban catequistas para cada grado o sección; al principio los maestros sacaban a los niñ.os de sus aulas, pero se fueron haciendo comprensivos e interesados). Nuestro,s párrocos se han lanza– do decididamente a ello. El resultado hasta el momento presente no puede ser más consolador y hermoso. Miles de niñ.os, -todos los niñ.os prácticamente- de Aguilar, Salasa y Labrador... reciben instrucción religiosa y en todas las aulas resuenan entusiastamente los himnos catequísticos. Otro tanto puede decirse, aunque no en tan gran escala, de Bugallón y de Sual". El que esto escribe tiene que añ.adir, por haberlo oído a los PP. Fer– nando, Alberto y Benjamín, que casi sin lamenor duda se puede afirmar que el P. Cesáreo fue el primer párroco de Filipinas que se lanzó a enseñ.ar el Catecismo en las Escuelas Elementales del Gobierno. Mu– chos adoptaron después el nuevo sistema. Mientras que otros siguieron enseñ.ando el catecismo en el verano por medio de seminaristas o de catequistas; éstas aun durante el afio. Pero su enseñ.anza llegaba a muchos menos niñ.os . Conclusión. El P. Cesáreo termina así: "Como corolario de esta breve exposición sobre nuestra Misión de Pangasinán, creo que tenemos derecho a deducir una gran dosis de optimismo para el futuro. A nosotros toca echar al surco la semilla y a Dios darle el incremento. Nuestros padres, como acabamos de ver, no se dan descanso en sembrar por todos los medios en niñ.os y grandes la palabra del Evangelio. La docilidad, la alegría y la sencillez con que todos la acogen, nos hace creer que no cae en tierra pedregosa..., por lo que es de esperar que con la gracia de Dios dará a su tiempo el ciento por uno". "No otra cosa es lo que nuestra Provincia ansía al enviar desinteresadamente sus hijos a tierras tan lejanas y exigirles el máximo rendimiento para gloria de Dios y difusión de la Iglesia". 37
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