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"La evangelización de estos pueblos corrió a cargo de los Padres Dominicos, hasta que en 1898 la Revolución filipina les hizo aban– donarlos y concentrarse en Manila. Los Padres Dominicos con método y constancia habían conseguido cristianizar a todos los habitantes de los mencionados pueblos, aunque, como puede suponerse, en tan pocos años no era posible que madurase mucho la religión de la mayoría. Por eso con la Revolución filipina se desfigu– ró grandemente la piedad y devociones católicas primeras". "Desde la Revolución el cuidado espiritual de estos pueblos estuvo en manos del clero secular indígena, el cual era tan escaso que apenas pudo atender a lo más esencial... La instrucción catequética, los sacra– mentos de la confesión y comunión y el de la extrema unción quedaron sumamente descuidados. De modo que, al advenimiento del Aglipayanismo en 1903, el terreno estaba abonado para la mala semi– lla". Obstáculos. "Nuestros padres encontraron en un principio grandes abstáculos para su labor apostólica. El Aglipayanismo, con viejas raíces en Labra– dor y Bugallón y numerosos tentáculos en los otros pueblos, renovó las calumnias de la Revolución contra los frailes y los castilas, esforzándo– se por desviar de nosotros al pueblo, presentándonos ya como agentes del Vaticano,... ya como continuadores de la antigua dominación, que traíamos el designio de renacer la antigua tiranía y opresión. Y hay que confesar que al amparo del nacionalismo nos hizo a veces grandes daños". (Al mismo P. Cesáreo le ocurrió ser llamado en sus comienzos a asistir a un enfermo; éste estaba acostado de cara al tabique, al decirle los suyos que había venido el padre, se volvió y, al verlo, exclamó: ¿ya están aquí otra vez los castillas? ¡ Fuera, fuera!. Y el P. Cesáreo decidió: desde ahora, a todo el que me pregunte de dónde soy, le diré que soy del Reino de Navarra. Esta anécdota la oyó contar el que esto escribe a los compañeros del P. Cesáreo). [El

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