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de san Francisco de Sangüesa; pero con una sefiorial elegancia y con acrisolada caridad fraterna estuvo de acuerdo en que el Ayuntamiento cediese el inmueble a los capuchinos de Navarra. El edificio, con su iglesia, claustro y convento, no respondía al estilo de la reforma capuchi– na, pero lo necesitaban para restaurar su propia Provincia de Navarra y Cantabria. No fue fácil dicha restauración; en ella quedaron asentados una comunidad y un noviciado, soporte decisivo para la historia de la Provincia capuchina en el siglo XX. Parece que la historia que aquí pergeñamos puede leerse como un signo de ecumenismo fraterno al interior de la familia franciscana. Los franciscanos cedieron su conven– to; los capuchinos lo restauraron y siguen habitando en el mismo. En vez de una ruina histórica, he aquí la pervivencia de un convento fundado en 1266, más perenne para Sangüesa que un monumento de bronce o una corona de laurel. 12

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